Extracto de la conferencia celebrada en el Museo del Prado por la investigadora neurocientífica Nazareth Castellanos el 11-5-2021.
Cuando olemos las áreas del lenguaje se retiran. Los recursos neuronales que el ser humano utiliza para oler compiten con los que necesitamos para hablar, por eso nos resulta tan difícil poner un nombre a un olor.
En los estudios realizados durante el siglo XIX el olfato estaba infravalorado por el tamaño del bulbo olfativo, en relación a su porcentaje frente al volumen del total del cerebro.
Sin embargo durante el año 2017, se realizaron varios estudios que demostraron que a pesar del diminuto tamaño de las glándulas del bulbo olfativo, las de los humanos tienen el mismo número de neuronas implicadas que en otras especies de mamíferos, demostrándose su importancia para mejorar la plasticidad del cerebro.
La nariz funciona como un gran alambique que limpia el aire, lo calienta y lo humedece antes de llegar al bulbo olfativo que a su vez lo reparte por todo nuestro cerebro, a las zonas que utilizamos para el aprendizaje, la atención, la memoria, las percepciones, la idea autobiográfica, etc.
Otro descubrimiento importante fue que la inspiración nasal provoca la alineación de las neuronas, antes desordenadas y si le inspiración va acompañada de un olor, la inspiración se vuelve consciente y las neuronas se alinean aún más.
El olfato ejerce de llave para la interacción entre el corazón y el cerebro, especialmente cuando la experiencia está basada en sentimientos.
"El ánfora siempre guarda el aroma del primer vino que guardó"
Horacio



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